Pobres y Humildes en Vocación de Iglesia, |
La familia constituye uno de los lugares originarios y fecundos de evangelización. Arraigada en la fuerza del amor, surge en vocación de vida y se afianza en destino de sentido. Emerge como núcleo configurador de la sociedad propiciando procesos de identidad personal, fragua en valores, hábitos y actitudes relacionales. La potencia humanizadora que encierra la familia, el evangelio la prende en lugar de misterio como solicitud y esplendidez de amor. La familia, densidad comunional, iglesia, ámbito de intimidad y forja de la fe. Escuchamos a la sociedad en uno de sus gemidos y promesas más acuciantes, en la tremenda realidad familiar. Ella nos planta en las fuentes originarias de lo humano. La pluralidad de comprensiones y expresiones en las que se viene configurando en las sociedades modernas y en aquellas que se sustenta en tradiciones propias arraigadas nos reclama en una acogida y valoración profundas del hecho familiar. Constituye un lugar cultural de diálogo, reflexión y praxis que nos solicita en una creatividad sapiencial. Optamos por suscitar un movimiento familiar desde nuestras posibilidades y búsquedas de perspectivas de futuro. Nuestra proximidad a cada familia proclama su positividad y potencialidad humanizadoras. El juicio de valor sobre la realidad familiar que ha llegado a ser arranca en la voluntad de desplegarla en la significatividad y fuerza socializadora que encierra. Evangelizamos las familias y somos evangelizados por ellas adentrándonos en su mejor dinamismo humanizador. Queremos acercarnos a esta zarza ardiente que es la familia, postrándonos ante la bondad, sufrimiento y aliento de vida de los que está preñada. Le es tan intrínseco a nuestras comunidades entrar en las familias y constituirse ella misma como familia. Hemos de crear una relacionalidad fluida, una itinerancia entre familia comunitaria y familia como iglesia doméstica. Nuestra alternativa evangelizadora en la familia emprende labores de fundamentación existencial psico-social y de creación de espacios generadores de confianza, capaces de iniciar sendas de libertad y sabiduría. La fe ha de manar de las entrañas del suelo familiar que se nutre del misterio fecundo de la Iglesia. Es una evangelización vital y existencial. Humanizar y evangelizar, inextricablemente fundidos en una experiencia de gracia y promesa, responsabilidad y llamamiento a “adentrarse en el misterio del Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra” (cf Ef 3,14-15). Creamos foros de reflexión y formación, así como talleres de fundamentación y diálogo, encuentros de oración y celebración.
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