Pobres y Humildes en Vocación de Iglesia,
Profecía de Esperanza

“Vámonos a las aldeas vecinas para predicar también allí el reino, pues a eso he venido” (Mc 1, 38). El evangelio nos enraíza en la libertad haciéndonos arraigo y permanente éxodo. “Creí, por eso hablé”. La fe nos trabaja en confianza honda, nos confiere esa seguridad de la gracia, de lo fundante. Precisamente en lo humilde y pobre sentimos, en el mismo temblor y fragilidad que somos, la trascendencia, alguien más que nosotros. En la incertidumbre que habita en todo sentimos la fuerza de lo verdadero, del Espíritu. La tentación de miedo y negatividad, inherente al existir, nos insta a la suficiencia del don de la fe. Una suficiencia que nos hace súplica y humildad temblorosa. Pues “el tesoro lo llevamos en vasijas de barro”. Es el Espíritu del Mesías Jesús quien nos guía, sostiene, nos enciende en la valentía de ser creyentes. “Dad gratis lo que gratis habéis recibido”. La evangelización, transparencia de gracia e imperativo de reino que nos hace oyentes de personas, situaciones y realidades.